La Saga Inquietante: INCISO NECESARIO, LA FAMILIA OSPINA Y EL CAFÉ.

CRÓNICA

INCISO NECESARIO.

22/09/2019 | Por Fabio Villegas Botero | La Linterna Azul | Parte Anterior: Década de grandes convulsiones (Primera parte)

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PIONERO Y PATRIMONIO

PIONERO Y PATRIMONIO

Don Mariano Ospina Rodríguez fue uno de los primeros pioneros cafeteros de Colombia, con un espíritu emprendedor, visión y tenacidad sobresalientes. Comenzó su búsqueda en 1835, buscando las mejores tierras para cultivar café dentro de las exuberantes montañas de la provincia de Antioquia. LEA LA HISTORIA COMPLETA …

PRIMERA PLANTACIÓN DE CAFÉ EN COLOMBIA

PRIMERA PLANTACIÓN DE CAFÉ EN COLOMBIA

Estableció su primera plantación de café en las laderas volcánicas de Fredonia, donde siguió cultivando café con un enfoque científico. Como resultado de las cuidadosas investigaciones de Don Mariano, Colombia comenzó a producir algunos de los mejores cafés del mundo.

FEDERACIÓN DEL CAFÉ

FEDERACIÓN COLOMBIANA DEL CAFÉ

El II Congreso Nacional de Cafeteros se reunió en junio de 1927, en la ciudad de Medellín, Antioquia, y 29 delegados (representados arriba) representaron las diferentes áreas cafeteras del país. Este Congreso estableció la FEDERACION NACIONAL DE CAFETEROS DE COLOMBIA o FEDERACIÓN NACIONAL COLOMBIANA DE CAFETEROS. El fundador de la Federación Colombiana del Café, Don Mariano Ospina Pérez, está sentado en la primera fila, quinta persona de izquierda a derecha.

CINCO GENERACIONES

CINCO GENERACIONES

Mariano Ospina Hernández, el mayor de la cuarta generación de Ospinas, también ha estado muy involucrado en la política de Colombia y la industria del café. Tiene maestrías en Administración de Empresas (MIT), Planificación Urbana (Harvard) y Biología (Universidad Nacional de Bogotá). En 1970, fue elegido senador y sirvió durante doce años. En 1979 fue nombrado embajador de Colombia en Alemania Occidental, donde promovió activamente el comercio y el comercio del café colombiano y la conservación de los recursos naturales de América del Sur. LEA LA HISTORIA COMPLETA …

GENERACIONES ACTUALES Y FUNDADOR

LA GENERACIÓN ACTUAL

 MARIANO OSPINA, III.

Mariano Ospina, III., Presidente, Presidente y CEO de Ospina Coffee Company, es el mayor de la quinta generación de Ospinas. Al igual que su tatarabuelo Mariano Ospina Rodríguez y su abuelo Mariano Ospina Pérez, fue otro de los visionarios cafeteros de Colombia. Al completar su educación de posgrado con un título de Master of Public Administration, comenzó a defender, promover y calificar el nombre de familia «Ospina Coffee» y aumentar la herencia y el prestigio de cinco generaciones cafeteras colombianas.

El 14 de febrero de ese mismo año, 1854, Mariano contrajo un tercer matrimonio con Enriqueta Vásquez Jaramillo, hija de Pedro Vásquez Calle y María Antonia Jaramillo Soto. En su primer destierro por Anorí y Angostura, Mariano había conocido a los hermanos Pedro y Julián Vásquez. Este último había nacido en Medellín en enero de 1809, y, andando el tiempo, se casó con María Antonia Barrientos, hermana de Marcelina y María del Rosario, las dos primeras esposas de Mariano ya fallecidas. Enriqueta era, pues, sobrina política de Mariano, y, por supuesto, mucho más joven que su pretendiente. Gómez Barrientos describe así al nuevo suegro de Mariano, Pedro Vásquez Calle: “Procedía de una de esas familias de Envigado, de sangre hidalga, pero escasas de bienes de fortuna, que, ansiosas de mejorar su suerte, emigraron del valle del Aburrá, a fines del siglo XVIII, o a principios del XIX, hacia la región del norte”, a Angostura, población que entonces fundaban los hermanos Pedro, Francisco Javier y Manuel Barrientos Ruiz, el último de los cuales sería el primer suegro de Mariano, al igual que de Julián. Los dos hermanos se formaron en las actividades mineras por toda la región hasta convertirse, con el correr del tiempo, en grandes empresarios. Para esta época, tanto Pedro como Julián ya eran unas de las personas más ricas de Antioquia y el país. Los dos eran, además, importantes políticos conservadores, como lo sería luego la prestigiosa descendencia de Vásquez y Ospinas.

Dada la amistad y los lazos familiares de Mariano con las familias de ambos, el enlace con Enriqueta debería ser placentero para ella, si no fuera por la diferencia de edades y el número de hijos de los anteriores matrimonios de Mariano, esos mismos primos con quienes Enriqueta había intimado con frecuencia en reuniones familiares. Todo esto explica sus reticencias, como vimos antes, aunque, hay que decirlo, no eran solo por la edad y los hijos, sino y, quizás más, por el carácter del pretendiente. (Más tarde veremos otras razones expuestas por ella en una carta íntima a su tío Julián). Finalmente se llegó al compromiso y a la boda “en la Iglesia mayor de Medellín, con modestia y sencillez, sin convidados, y al estilo patriarcal de la época”. De contera se reforzaron los vínculos en las empresas mineras y agrícolas de Mariano y Julián principalmente, que no se interrumpirían ni siquiera con el largo destierro a Guatemala.

De este tercer matrimonio nacieron: Tulio, en Medellín, el 4 de abril de 1857, en la casa donde nació Atanasio Girardot, y Pedro Nel en Bogotá, el 18 de setiembre de 1858, en el Palacio presidencial. Luego vendrían otro Santiago, María, Mariano, Concepción, que ingresó al convento y Francisco que permaneció soltero. El biógrafo apunta que “le trajeron (a Mariano) muchas satisfacciones, así no dejaran de presentarse grandes riesgos y separaciones dolorosas”. Con todo, los mayores éxitos de los hijos llegarían después de la muerte de Mariano. Aunque, curiosamente, sólo los tuvieron los de este tercer matrimonio, pues los de los dos primeros ya vimos lo “malogrados” que habían sido hasta entonces y serían pocos años después.

Por ley del 14 de abril de 1855 se reintegró la antigua Provincia de Antioquia, “aunque no se le devolvió, según comenta Francisco Duque, el extenso territorio de Urabá, antioqueño desde antiguo, y que, por ignorancia histórica y geográfica, primero, y luego con cierta mala fe, se le hubo de desposeer por muy largo tiempo hasta la administración Reyes” el cual lo devolvió, aunque a cambio, le quitó otro territorio supremamente valioso en el sur para formar el viejo Caldas, erigiéndolo en nuevo Departamento. Mariano se dolía afirmando que de Urabá “fue privada Antioquia por miras tan extrañas a su prosperidad y buen gobierno, como las que precedieron a su división”. Pero el decadente Cauca pesaba aún mucho en la nación ya que ocupaba un inmenso territorio desde el Caribe chocoano hasta el Amazonas, y sus políticos y el alto clero aún dominaban en Bogotá.

El 1 de enero del 56, Ospina vuelve al Senado por Antioquia y es elegido su Presidente. A la Cámara irían, entre otros, Pedro Justo Berrío y Recaredo de Villa. En el Congreso de ese año tomó gran fuerza la idea de unos Estados Federales. Ya Panamá detentaba ese estatuto y ahora lo deseaban las demás provincias. El 28 de marzo se presentó en la Cámara el proyecto para crear el Estado de Antioquia. Se trataba, además, de recuperar a Urabá, lo que no se logró. El 11 de junio se erigió formalmente. “¿Qué pensaba Ospina de la federación?”, se pregunta Gómez Barrientos, y responde: “Deseaba tal sistema, únicamente para ver si era posible facilitar en algunas provincias algún asilo a las víctimas de la reforma social en el resto”. Pero se quejaba diciendo: “No tenemos gente que elegir: eso que llaman LOS BUENOS no saben más que llorar y doblar la cabeza como el junco…”. El federalismo en que Ospina pensaba era muy distinto al de la mayoría de los antioqueños. Pronto todas las demás provincias quedaron convertidas también en Estados federales, y comenzaron a elaborar sus propias constituciones. Antioquia reunió su asamblea el 15 de setiembre. Entre los constituyentes estaba Ospina junto con Berrío y tres futuros obispos: Vicente Arbeláez (sería Arzobispo de Bogotá), Canuto Restrepo y Valerio Antonio Jiménez También el jurista, pero mucho más, egregio poeta Gregorio Gutiérrez González. (¡Sí había a quienes elegir! El problema era que buena parte eran clérigos).

Pronto terminaría el período presidencial de Mallarino y había que elegir nuevo Presidente. Fue la oportunidad de Ospina. “Para la elección presidencial se crearon en Medellín dos hojas periódicas, esta vez ospinistas: “La Miscelánea de Antioquia”, y la “Unión Católica de Antioquia” que tuvo por redactores a los presbíteros Joaquín Guillermo González y Manuel Canuto Restrepo, más tarde obispos”. Los votos en el país fueron: 97.271 por Ospina; 80.171 por Murillo Toro y sólo 33.038 por Mosquera, quien se sintió defraudado por el partido conservador, en cuyo nombre había gobernado en su primer período presidencial. El 1 de febrero del año siguiente, 1857, el Congreso verificó el escrutinio y declaró Presidente a Ospina. Tomó posesión el 1 de abril, tras lo cual vendrían cuatro años difíciles. No obstante, a sus labores oficiales agregaba las clases que dictaba en San Bartolomé sobre Legislación

En su discurso de posesión dijo que, aunque las circunstancias eran bien difíciles, “lo que sí afirmo, porque estoy seguro de cumplirlo, es que no esquivaré trabajo ni peligro, ni ahorraré sacrificio de ningún género para corresponder dignamente a la confianza que en mí se ha depositado”. Claro que no podía dejar de recalcar, como era ya, o ha sido desde entonces la cantinela de todos los que llegan al cargo: que las arcas estaban vacías. Concluía su discurso diciendo: “Es ahora cuando la nación está aprendiendo lo que le importa saber para que pueda ser gobernada razonablemente. Aprende a pagar contribuciones de toda especie; a obedecer y a respetar al poder público; a conocer que las decantadas garantías constitucionales son vanas palabras bajo el poder de los apóstoles de la libertad; a avaluar en su justo precio la tolerancia, el progreso, la libertad y la civilización, a estimar la modesta rectitud de los gobernantes conservadores.”.

Cuatro días después de entronizado en el palacio presidencial, nació en Medellín el primer hijo de su tercera esposa, Tulio. Como el segundo, Pedro Nel, logró el privilegio de nacer en palacio, los hados lo predestinaron a ser también Presidente, como su padre. Claro que un hijo de Tulio también llegaría a esa cumbre. Pronto empezaría un duro calvario. Si las circunstancias internas del país eran bien difíciles, no lo eran menos las externas, en especial con tres actores imperiales: EE.UU., Inglaterra y Francia. La presa más codiciada por todos era Panamá, convertida ya en valiosa pieza geopolítica, principalmente por el hallazgo de riquísimas minas de oro en California, a donde se dirigían inmensas multitudes por barco a través del istmo. El caso del famoso melón se convirtió en una amenaza permanente de EE.UU. de anexionarse a Panamá, para lo que el gobierno de Ospina veía dos soluciones contradictorias. O un pacto con las dos potencias europeas, como contención contra EE.UU., o que nuestro país se anexionara “pacíficamente” al país del norte. Lo afirma su biógrafo: “Opinaba entonces el Dr. Ospina y años adelante manifestó al autor de estos “Apuntamientos”, que si alguna vez los Estados Unidos consentían en que los Estados de la Nueva Granada se unieran con la Confederación norteamericana, en condiciones análogas a las concedidas a los Estados de raza anglosajona, la idea no dejaría de ser lisonjera para las aspiraciones de verdadero patriotismo, y de su aceptación acaso podrían derivarse garantías de orden y de seguridad para la Nueva Granada, y una base para el adelanto de la civilización“. (Negrillas mías).

Antes dijimos que había propuesto un Protectorado Inglés para la Nueva Granada. Fue en una carta al General Herrán, ya posesionado de la Presidencia, pero aun combatiendo al frente de las tropas, el 29 de noviembre de 1841. Ospina, Ministro de Relaciones Exteriores, escribía: “Tenemos aquí negocios muy graves y de suma importancia para la República con el Gobierno inglés; pero no me he atrevido a iniciar nada. (…) Principiar un arreglo de trascendencia sin partir de principios fijos y sin poder por lo mismo proceder de una manera cierta y determinada, lo tengo por un desacierto, que echaría a perder todo lo que se intentara. (…) Muchas personas de influencia están en la idea y la apoyan; también está de acuerdo el Sr. Adams. La cosa se hará con las precauciones convenientes, y creo que pondremos un fuerte muro a la anarquía. Por útil y ventajoso que esto sea, sobrarán escritores que lo critiquen y nos insulten por ello. ¿Qué importa?” (Negrillas mías).

Son actitudes bien explicables dado el espíritu pragmático y voluble del converso judío, cuyo interés parece ser únicamente el bienestar y la tranquilidad económica, a la que denomina “seguridad”. Si su concepto de “civilización”, como apellidó el beligerante periódico en que proclamó el ideario del partido conservador, lo encontraba en ese puerto, se debía a sus ideales personales que trataba, a la vez, de inculcar con ahínco a sus alumnos y toda la juventud del país: no importan la teología, la filosofía, la historia antigua, las lenguas clásicas, ni siquiera la literatura. Lo único fundamental es la manera de crear riqueza y protegerla, así sea entregando la independencia de la patria. Lo triste es que calificara sus veleidades de patrióticas, o que dijera que no importaba que lo pudieran criticar.

En un boceto tan escueto como este es imposible juzgar la trascendencia para el futuro del país, y, sobre todo, para la desmembración de Panamá, de los tratados importantes que suscribió el gobierno de Ospina en las dos oportunidades en que tuvo un poder decisorio en los asuntos internacionales del país: sus cuatro años en el Ministerio de Relaciones de 1841 al 45, y en estos otros cuatro como Presidente de la República. En especial el Convenio Herrán-Cass, entre Colombia y los EE.UU., que el Congreso, con muchas reticencias, le aprobó en mayo de 1858. Según Estanislao Gómez: “Aquel territorio le parecía al Dr. Ospina muy codiciado de parte de los yanquis, y que entre los habitantes influyentes de aquel Estado no faltarían quienes estuvieran dispuestos a dejarse sobornar (…) El deseaba negociar legalmente las propiedades que la República tenía en Panamá antes de que los magnates de allá tratasen de realizarlo para su propio medro”. Quizás el hecho de que muy pronto el país del norte se viera envuelto en la más terrible contienda interna de su historia, la guerra de secesión, impidió que sus exigencias en contra de nuestro país llegaran 40 años antes del famoso “I took Panamá” de Roosevelt.

En 1858 regresaron a Colombia los jesuitas, proyecto que acariciaban el Arzobispo de Bogotá y otros prelados y grupos de ciudadanos sobre todo de Bogotá, Medellín, Tunja y Pasto. Ya no había ni en la Constitución de la República, ni en la de la mayoría de los Estados Federales, disposiciones que los excluyeran del goce del derecho a venir, residir y ejercer cualquier clase de apostolados, inclusive la educación. Entre los personajes importantes, fuera de los mencionados, que se esforzaron por traerlos estaban, por supuesto, el Presidente, Mariano Ospina, su hermano Pastor y el Delegado Apostólico del Papa. A fines del año llegaron unos pocos que pertenecían a la Misión de la América Central. El 2 de febrero siguiente comenzaron sus labores educativas en el Colegio de San Bartolomé con unos 200 alumnos. Bajo su dirección se formarían personalidades eminentes como Bernardo Herrera Restrepo, futuro obispo de Medellín y arzobispo de Bogotá, y Miguel Antonio Caro, eminente hombre de letras y ardoroso y apasionado político conservador como su padre.

Todo el primer semestre del 58 lo dedicó el Congreso a redactar una nueva constitución liberal y federalista, por la cual la Nueva Granada se transformó en la “Confederación Granadina”. Un federalismo muy acorde al pensamiento de los antioqueños. Para Ospina, había salido “bastante mutilada y deforme” por la funesta coalición del Senado encabezada por el general Mosquera y el doctor Murillo. En carta del 12 de julio al general Herrán le decía que en la Constitución no había las garantías que él deseaba para los hombres de bien. Las normas para la conservación del orden público “no eran más que deseos, y si las leyes no daban medios para el cumplimiento de tales deseos, nada se adelantaría.” Esperaba obtener del Congreso siguiente “algunas leyes más a propósito para atender a la seguridad exterior y a la paz y orden interiores, siempre que fuera al Senado el Señor Julio Arboleda y estuviera ausente el general Mosquera”.

Quizás, lo que más le irritaba, era la amplitud de derechos que, tanto la Constitución del 53 como esta del 58 brindaban a los ciudadanos. Y más que ninguna otra, “la libertad de expresar el pensamiento por medio de la imprenta sin responsabilidad de ninguna clase”. Según él, había que “limitar el derecho de usar de la libertad de imprenta a los individuos que puedan responder de los daños que causen”. En tiempos en que con José Eusebio Caro redactaba La Civilización, éste, haciendo eco a Ospina, había expresado: “No ha habido absolutista, ni conservador, ni moderado, ni liberal, ni demócrata, ni rojo, ni demagogo, ni anarquista, ni ateo que ose emitir seriamente la opinión de que la palabra debe tener freno y la imprenta no”.

Miguel Antonio Caro, artífice de la “Ley de los Caballos” en 1887, (verdadera mordaza a la prensa), en un folleto sobre la libertad de imprenta comentaba acerca de ese derecho en tiempos de Ospina: “Cuán distante estaba de presumir toda la audacia de que eran capaces sus contrarios, y la apostasía en que debían caer bien pronto muchos de sus amigos políticos”. Ospina, en una carta del 63, ya desterrado en Guatemala, decía: “Recuérdese que son conservadores liberales los que escribieron en la constitución Federal del 58 el salvaje principio de calumniar, el deber de la Nación de sostener la calumnia y el calumniador, y los demás absurdos políticos allí consignados”. De ahí su propuesta: “la reacción política para que sea eficaz, exige que hombres nuevos la realicen, y, por consiguiente, conviene dar tiempo a que la juventud, que hoy (1863) sufre el yugo de la dictadura, aprenda sufriendo a juzgar rectamente las teorías que producen la anarquía y el despotismo demagógico en la República. Una reacción prematura es una reacción perdida”.

“Los señores Caro y Ospina, dice Gómez Barrientos, estaban, no sólo por la represión del abuso, sino, también, por la limitación del uso; no solo por la libertad responsable, sino por la libertad restringida“. Es de la esencia del pensamiento conservador. Los derechos tienen que restringirse a una élite, “a los buenos”, únicos que los pueden usar con responsabilidad. Entiéndase que no se trata sólo del derecho a la libertad de imprenta. Se trata de todos los derechos. Para evitar el crimen hay que eliminar previamente al criminal. ¡Como reviven estas políticas por doquier y en todo tiempo! La doctrina de la guerra preventiva que hoy preconiza el Presidente Bush, dizque para acabar con el terrorismo, esto es lo que pregona. Solo que los instrumentos bélicos y el poder económico que detenta el Imperio yanqui hoy son una amenaza mucho más terrible para toda la humanidad. Hoy la policía inglesa tiene orden de disparar a matar, sólo por sospechas. (Negrillas mías).

Es innegable que la Constitución Federal que Ospina firmó dejaba al poder central débil frente a los Estados Federales, aunque mucho más lo haría la de Mosquera en 1863 en Rionegro. Éste trató de que los Estados fueran declarados “soberanos” como el de Panamá, pero no lo logró. De todos modos, Ospina buscaba una ley “que ponga en manos del Gobierno general medios efectivos para hacer efectiva la prestación de la fuerza”. Era para él la única manera de controlar a los liberales que: “estaban entonces enamorados del laissez-faire y demás principios de los soñadores franceses”. Para Ospina, “en materia de educación pública, caminos, rentas, sistema penal, etc., dio la Asamblea Constituyente tantos palos de ciego, que en breve se produjo un gran descontento y un alzamiento”.

Indalecio Liévano Aguirre dice que “Ospina, que dominaba totalmente el Congreso, obtuvo de él una serie de disposiciones legislativas, cada una de las cuales era un golpe mortal contra el federalismo”. Según él, Ospina era: “hábil, inteligente, astuto, ambicioso, incapaz de vacilar ante una guerra con tal de llevar a feliz término una política que él consideraba benefactora para el país. Cuando llegó al sillón de los presidentes de Colombia, aún estaba intacta en él, aunque refinada por la experiencia, la audacia del antiguo septembrino (…). La confrontación no se hizo esperar. Empezó en marzo de 1859 en el estado de Santander cuyo Gobernador era Manuel Murillo Toro. Los conservadores trataron de derrotar a los liberales, pero fracasaron. Igual los del vecino Estado de Boyacá que los apoyaron, aun con el refuerzo de tropas de la nación.

Gómez Barrientos asevera que Mariano no tuvo nada que ver con el alzamiento en Santander, ni con el apoyo que los conservadores de Boyacá les trataron de prestar, ni menos, con el apoyo de algunos miembros de la fuerza pública del poder central que intervinieron a favor de los alzados. Por el contrario, que todo ello, en especial esto último, fuera con conocimiento, y, peor aún, con consentimiento de Ospina, lo afirmaban sus contrarios. En represalia, Juan José Nieto, liberal, derrocó al Gobernador del Estado de Bolívar Juan Antonio Calvo. Entonces Ospina declaró la República en estado de guerra y nombró como General en Jefe de las Fuerzas a Pedro Alcántara Herrán.

La soberanía casi absoluta de los Estados federados hacía que el poder central se sintiera inclinado a cualquier acción para reforzar su autoridad. Ospina intentó sacar adelante una Ley orgánica de elecciones, que logró le fuera aprobada, pero que sería el detonante para la insurrección del General Mosquera que la tildó, junto con la prensa radical, de “inconstitucional”. Murillo Toro en “El Tiempo” de Bogotá escribió: “O derogáis la ley de elecciones, o tendréis guerra”. Así fue. Mosquera fue elegido Gobernador del Cauca por una alianza de conservadores y liberales para atacar a Ospina. Pronto comenzaría el levantamiento, que paulatinamente se fue extendiendo hacia el norte y el resto del país. En Panamá los familiares le sugirieron la idea de que el Istmo se separe de la Confederación y se uniera al Cauca para formar una nación independiente, con el apoyo del Perú, que estaba en contra del Ecuador gobernado por García Moreno. Mosquera la desechó. Pero el 8 de mayo de 1860 dictó un decreto por el cual el Estado del Cauca asumía la plenitud de su soberanía y cortaba relaciones con los poderes públicos de la Confederación.

Su ejemplo fue seguido por el Magdalena el 29 de mayo y por Santander el 3 de junio. Cartagena fue más lejos: el 11 de junio la Legislatura autorizó al gobernador Nieto para promover la creación de otro Gobierno General por medio de un Congreso de Plenipotenciarios de los Estados. Ante esto, vino la reacción de Antioquia a favor del Gobierno central. Gómez Barrientos dice que: “pasado ya el sueño letárgico de la neutralidad propagado con tanto empeño por los agentes oficiales y oficiosos del General Mosquera, al fin se reunió en junio la Legislatura y el 22 resolvió apoyar al Gobierno General en la contienda en que se hallaba comprometido. Así quedó derrotado el bando que con tanta grita había aclamado “la neutralidad de Antioquia”, y que tuvo por voceros a (…) Camilo Antonio Echeverri y Pascual Bravo” liberales, y hasta algún conservador.

El 25 de junio publicó la Gaceta oficial este escrito de Ospina: “Si dejáis que la cadena preciosa de la legalidad de que está pendiente la República sea rota por el sable triunfante de un rebelde, ¡ay de vosotros y de vuestros bienes! El abismo tenebroso de revueltas y contiendas sin fin os tragará con ellos. (…) Yo solo puedo prometeros que me encontraréis siempre firme e incontrastable en el cumplimiento del deber”. Palabras que parecen grabadas en la memoria de su nieto y homónimo, Mariano Ospina Pérez, quien casi un siglo después diría al ser intimado a abandonar el palacio presidencial: “Más vale un Presidente muerto que un Presidente fugitivo”.

De inmediato comienza la campaña de las fuerzas gubernamentales contra el gobierno liberal de Santander. Ospina en persona se desplaza a Bucaramanga a animar las tropas y estimular al General Herrán quien gana la batalla famosa del “Oratorio”, en cercanías de Socorro. Pero en otras partes de la República las cosas se agravan. Mosquera ataca desde el sur y, aunque inicialmente pierde la batalla de Sonso en el Valle del Cauca, se repone y sigue hacia el norte hasta la Aldea de María, al pie de Manizales, límite entre el Cauca y Antioquia. Pierde la batalla, pero como no es perseguido, reorganiza su ejército y pide al del gobierno firmar una “Esponsión”. La firma el general Posada Gutiérrez, jefe del ejército central, a quien acompañaba el general antioqueño Marceliano Vélez. Ospina no la aprueba. Es que, según él y muchos conservadores, se trataba de un ardid de Mosquera para fortalecerse. De hecho, no sólo se fortaleció, sino que amplió sus pretensiones; derrotar por completo a Ospina. Invadió por el sur a través del Huila y el Tolima. Mientras tanto, el Estado de Bolívar logró controlar el comercio por el Río Magdalena con lo que debilitó aún más al Gobierno. A mediados del año siguiente, 1861, cuando ya Ospina había culminado su período presidencial y había caído preso, Mosquera entró triunfante a Bogotá y se declaró Presidente.

Otras preocupaciones y angustias habían ocupado a Ospina en esos años de gobierno. En diciembre de 1858 murió su segundo suegro, Pedro Vásquez Calle. Le causó gran pena. Mucho mayor le causaría la muerte de su hijo, Santiago Ospina Barrientos, el 19 de marzo de 1860 en Dresde, capital de Sajonia, donde adelantaba sus estudios. Gómez Barrientos lo describe así: “Era un joven de 19 años, muy reputado por su capacidad, juicio, nobleza de carácter y modestia, que había ido a aquel país (…) para prepararse en un colegio de segunda enseñanza, a fin de poder matricularse en la célebre universidad de Freyberg, destinada a la formación de Ingenieros de minas y metalurgia”. Para Mariano y toda su familia fue una pérdida enorme.

Ese mismo año, 1860, se presentaba la necesidad de designar al candidato que había de suceder a Mariano en la Presidencia. Muy temprano, en febrero, una junta extraoficial de Senadores y Representantes designó al General Herrán. Pero exacerbados los ánimos por los avatares de la guerra, algunos empezaron a desconfiar de él por la pérdida de algunas batallas en Santander y ciertos desacuerdos en Antioquia, que muchos achacaban a parcialidad con

Mosquera, pues Herrán era yerno suyo, ya que estaba casado con su hija Amalia, que de hecho sí espió para él. Hasta se le achacó en parte la famosa “Esponsión” de Manizales, aunque sin ningún fundamento. Una nueva junta de notables del partido resolvió el cambio de candidatura por la del fogoso Julio Arboleda. Según Gómez Barrientos, Ospina no intervino en ello; más aún, dijo que trató de disuadir a su hermano Pastor y a Manuel María Mallarino, que le manifestaron dicha intención. Al final, ni uno ni otro lo sucederían.

Cumplido su período presidencial en plena guerra, el 1 de abril de 1651 entregó el mando a Bartolomé Calvo, Procurador general de la Nación. Aunque Arboleda había recibido una abrumadora mayoría de votos, estaba pendiente de ser ratificado por el Congreso y, además, se encontraba en plena guerra en el Sur (Barbacoas, Pasto, Popayán) la que no quiso abandonar para humillar a Mosquera. Rehusó trasladarse a Bogotá, aplazando asumir el mando, que finalmente le arrebató su adversario quien tiempo después lo derrotó. Por tal razón, de acuerdo a la Constitución y las leyes, asumió Calvo que tuvo una presidencia efímera. Julio Arboleda, en una coincidencia macabra, sería asesinado en su huida a Pasto en el mismo Berruecos, donde lo fuera el Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.

Fernando Díaz comenta sobre el cuatrienio 1857-1861: “Ospina Rodríguez orientó su administración con carácter partidista y, con la intención de contrarrestar el anticlericalismo anterior. El cuerpo eclesiástico seguía siendo fuerte en el país y, tal parece, brindó su colaboración al nuevo gobierno. No fue casual que se pensara en el clero para superar muchos de los problemas que agobiaban a la nación. (…) En 1857 Sergio Arboleda, miembro del partido conservador e intelectual de prestancia, calificó de “crisis difícil” la situación por la que atravesaba la República. (…) Para corregir (la causa de los males) se imponía la moralización del país, la cual debía ser adelantada por el cuerpo eclesiástico a través de la educación” Su exposición la concluyó dramáticamente diciendo: “El clero puede salvarnos y nadie puede salvarnos sino el clero”.

En este momento en que Ospina se va a retirar del poder después de alcanzar los máximos honores, pero dejando al país sumido en una guerra destructora, no puedo dejar de citar dos documentos del General Pedro Alcántara Herrán, que parecieran escritos para los momentos difíciles de la Colombia de hoy, 2005. El primero, cuando Ospina lo nombró General en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Confederación le escribió estas cortas palabras: “Por mi parte declaro que con gusto habría dado mi voto para que por las vías legales se derogaran todas las leyes que han sido denunciadas como inconstitucionales, a condición de que el orden público se conservara sin intervención de la fuerza armada, i también declaro que derramaré mi sangre para sostenerlas mientras sean leyes vigentes”. No existe la más mínima prueba de que no hubiera cumplido su palabra, así su esposa, Amalia, hija de Mosquera, lo traicionara, actuando como espía para su padre. (Negrillas mías).

El 31 de marzo, víspera de entregar la Presidencia Ospina y asumirla Bartolomé Calvo, le escribe a éste último, pero, sin duda, refiriéndose al primero: “El decoro de la nación y su gobierno son una misma cosa; pero algunas veces el amor propio de los gobernantes o el interés de las personas que influyen en ellos son más exigentes que el decoro nacional, como sucede ahora en nuestro país; i este es uno de los obstáculos que han impedido que el orden general haya sido restablecido ya. Por fortuna vuestro amor propio (…) no está comprometido a observar determinada línea de política i podéis adoptar la que os parezca más patriótica. (. ) La revolución tiene poder bastante para exigir condiciones de paz i no porque se la llame cuadrilla de bandidos deja de tener ese poder. Por decoro de la nación debemos abstenernos de calificar de bandidos a granadinos que no lo son. (…) Yo no disculpo el pretexto que se alegó para dar el grito de rebelión ni los atentados que se hayan cometido, pero creo que la dimensión que la revolución ha tomado (…) algo significa. Tened presente que el gobernante que ve las cosas no como son sino como han sido o como él quiere que sean, se coloca en una posición falsa que lo compromete a cometer graves errores. Si es deshonroso i perjudicial a nuestro país que haya guerra civil en él, ni la honra se recupera, ni los males se curan negando que la haya o dándole otro nombre: el remedio es hacerla cesar. (…) Pero cualquiera que sea el nombre que deis a esta guerra, si la continuáis sin la probabilidad de triunfar completamente, seréis responsable de la sangre que se derrame i del peligro que corra la legitimidad.

Más adelante prosigue: “La segunda razón que se alega i la que se sostiene con más empeño contra las medidas conciliatorias, o mejor dicho, contra la amnistía que el Poder Ejecutivo puede i, en mi concepto, debe conceder, es la justicia. Comenzaré por deciros que yo, lejos de ser partidario de la impunidad, creo que la principal condición que debe exigirse de un gobierno, es que dé garantías de justicia porque la sociedad en que la justicia impera goza de toda la protección que las instituciones de los hombres puedan dar, mas no por eso convengo en que la concesión de una amnistía, tan amplia como permita nuestra Constitución, sea un acto injusto. Los jueces no pueden administrar justicia de otro modo que aplicando las penas señaladas por la ley (…) Pero vos no sois juez sino depositario de la clemencia nacional que se os confía para que la dispenséis en beneficio de la República. No debéis proceder como juez, sino como hombre de Estado; pero debéis revestiros de la energía inexorable de juez recto para resistir a las exigencias de los hombres que pretenden haceros instrumentos de sus pasiones”. Preciosas páginas de uno de los hombres más cercanos al corazón de Ospina durante toda su vida, y uno de los hombres más beneméritos de su tiempo. (Negrillas mías).

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